Game Over

El asfalto era el frío del trueno. Los multifamiliares estaban mojados por la llovizna de la madrugada. El vapor de la noche se carcomía a si mismo a través de un horizonte de cables y edificios. Podía ser un barrio de la ciudad de México, de Bogotá o de Santiago. No se sabía. Los muchachos de pants morados se abrían paso entre triángulos de basura y autos invisibles estacionados afuera de los departamentos. Veloz y torpemente huían de sus perseguidores.

Se detuvieron frente a una pared de ladrillos blancos, tomaron aire. No tenían buena condición física porque la mayor parte de los fines de semana navegaban por Internet, jugaban juegos on-line y comían chocolates esnockers. Nunca se metían con nadie. Giraron bruscamente a la derecha, pero un gato blanco salió a su encuentro. Intentaron evitar el choque pero sus tenis se resbalaron con un charco y cayeron de bruces. Alzaron sus rostros, se miraron entre sí, el gato cruzó la calle indiferentemente mientras tres figuras de impermeables amarillos los tomaron de los hombros. Cuando vieron los rostros de sus perseguidores entendieron. Se reconocieron a sí mismos. En el fondo de la calle sonaba una música ya conocida por ellos. Flotaban unas letras de aerosol que decían “The Game is Over” Estaban atrapados en el videojuego. Eran prisioneros de sí mismos.

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