Orilla de viento

“Y GRIEGA” se columpiaba en el abismo. Sintió un gigantesco deseo de quitarse la blusa de rayas rojas, de sumergirse en  las corrientes de serpientes emplumadas. Respiró montañas fosforescentes, rayos de azúcar y avena seca. Estiró los dos brazos. Se quitó los tenis y el brassier. Tenía miedo a paladear las astillas de la frescura. El gusto pudo más. Cayeron los pants y la ropa interior.

Se zambulló en el cielo. Recargó su espalda en la orografía del mundo. Recorrió con sus pantorrillas la hojarasca del  Oeste. Sumergió en su ombligo varias nubes. Sus orejas de conejo rubio deletrearon la canción del este. Su eco penetró en la risa de los siglos. “Y GRIEGA” se esbozó entonces a sí misma. Fue orilla de viento, límite último y confín de los amaneceres.



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