La estela

¿La estela? Las ramas exhalaban gusanos. El árbol estaba sobre ti. Eran los pelillos fluorescentes, las patitas cósmicas, el árbol de las curanderas. Siempre estaba allí, como cuando tú sombra era otra sombra, como cuando al final  de un mal día  en la escuela le echabas la culpa de tus desgracias.

En ese entonces sus  hojas pegajosas se transformaban en aroma de fiesta. Acababan de escurrir espejos. Eran los meses en que reventabas los sueños del agua. Aquellos días salpicabas suspiros de azotadores. Ellos se deslizaban por sus escalinatas de baba. Predecías crisálidas. Tocabas con tus asombros el fin de los aguaceros y el día de los muertos.

 El tronco inerme, con su corteza inescrutable, te observaba, te ametrallaba con su cosecha de bestezuelas trepadoras. Huías a la cueva de piedra negra. “Queman, queman”, creías gritar a los cuatro rumbos. El bosque de la escuela se burlaba entonces de ti porque, como dulces de licor, aquellas criaturas se retorcían sobre el cuello de tu camisa.  Era la horda que descendía por ti, la tribu de los gusanos negros, la estela de los azotadores.

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